Hablo por los codos

Mi tío Vladimiro, el que vivía en Rusia, decía que la "libertad de imprenta" será un engaño mientras las mejores imprentas y grandísimas reservas de papel se hallen en manos de los capitalistas y mientras exista el poder del capital sobre la prensa.

viernes, marzo 24, 2006

Moro joven y manco.

Estación de Principe Pio. Andén del ramal a Ópera. 6 y media de la tarde. Voy subiendo las escaleras que conducen al andén y a medida que la escalera mecánica avanza aumenta el ruido producido por una discusión a voces. Una de las voces, la más desgarrada, desesperada, la más violenta sale de la garganta de alguien que no aprendió el castellano antes que a subsistir. Conozco el acento. Parece ser un moro.

Al fin, comtemplo el andén en su totalidad. Las miradas entre indiscretas y reprochadoras de los más o menos cien personas que esperan el tren me indican el epicentro del conflicto.

Mis sospechas se confirman: uno de los polos de la contienda es lo que algunos llaman magrebí y yo llamo moro - que es un nombre precioso y alude al color negro de la piel de algunos habitantes del Norte de África y por extensión a las y los que nacen de Agadir hasta Turquía e incluso más allá-.

Huad. Reduán. Mustafá. Mohamed. Vete a saber. Un moro anónimo. Jovén, probablemente tanto o más que yo. Observo que a la izquierda de su tronco superior no aparece un brazo: o lo tiene escondido tras la espalda o es manco. Confirmo que es manco. Moro, joven y manco. Me pregunto sobre cómo o donde habrá perdido el brazo izquierdo. Vete a saber.

El personal que espera en el andén - currelas camino a casa, estudiantes con carpeta y mochila, modernitos rumbo al centro, algunos jubiletas y un par de aficionados del Atleti- mira de vez en cuando. Analizo mejor las miradas y sus significados: reproche, pena, odio, conmiseración, rechazo, solidaridad contenida. De todo un poco. Pero todas pasivas, incluida la mía.

A nuestro moro joven y manco le rodean tres seguratas de estos verdes que hay en el Metro de Madrid. Pertenecen a una empresa de estas nuevas que han surgido como setas en otoño con la paranoia interesada y colectiva de la inseguridad y con la privatización de los servicios públicos, vámos, tres polis privados de 2ª regional: dos de ellos deben andar por encima de los 40 tacos, con pintas de parados de larga duración reconvertidos al gremio de la porra y el tercero es un joven de unos veintitantos años con hechuras de antidisturbio o paraca frustrado. Carne de precariedad y contrato basura. Ellos y nuestro moro.

El tono de la conversación vá y viene. Sube. Baja.

El más joven de los polis privados está a unos setenta centímetros de nuestro moro. Uno de los puretas va y viene, y el otro, con un bigote propio de guardia civil guerracivilista o de portero de equipo de fútbol español de los 80, permanece con el walkie en la mano a una distancia prudente de los protas de la contienda.

Nuestro moro les reprocha que le hayan partido el billete que asegura haber comprado, y que les acuse de haberse colado. Le grita muy de cerca al jovencito, ¡facha!¡cobarde!Le dice que le pegue si tiene cojones, mientras le muestra la mejilla izquierda como se muestra para pedir un beso. Le grita a los pseudomaderos que se atrevan a pegarle a un discapacitado.

Les aseguro que no se a quién creer y con quién posicionarse. Uno, que define, más o menos, al Estado - y a sus subcontratas- como un montón de funcionarios y un montón de policias diseñado para la represión de clase contra clase deconfía por sistema en este tipo de situaciones. Pero vamos, no es a lo que voy. Me da igual que se haya colado: si se ha colado tendrá sus motivos, el transporte público debería ser gratuito y yo he estado colandome en el Metro una media de dos veces al día durante casi dos años. Empatizo con nuestro moro. Si me meto en el lio ya se de que lado. Pero pa otra ocasión, moro anónimo, si te cuelas tendrías que ser más discreto.

Los polis puretas de 2ª regional miran a nuestro moro con desdén pero sin odio. Al fin y al cabo deben estar hasta los cojones del curro de mierda que les ha quedado tras tres o cuatro reconversiones industriales y algunos meses con la cabeza entre las piernas en las salas de espera de las ETT´s y no es que les escite demasiado putear a un minusválido marroquí por 1 euro de mierda que vale el billete en cuestión. Al jovencito, impecablemente rapao, cuadrao, como un armario de tres puertas con espejos, y con pinta de echarle horas a biceps, triceps y pectorales, si que se la pone dura el asunto. Este mira con odio y desprecio y se intuye en su gesto que esta pensando en que si no estuviera currando le habría dado una paliza al moromierdaesteniñatoquevieneaessspañaarobarnoselpan.Este es, por lo menos, un nazi en potencia.

Me planteo entrar en cuadro. Para qué, no lo se. La justicia, que a veces se parece a una pulsión, me susurra al oido que haga algo. El resto del personal se va aburriendo del espectáculo y vuelve a sus respectivas calles de la Piruleta. Han pasado ya lo menos cuatro minutos.

Planeo la acción: cojer a nuestro moro, y hacer uso de las habilidades sociales adquiridas durante decenas de noches en Lavapiés: colega, pasa de ellos, que como mucho de denuncian y te empapelan y como poco te llevas un par de ¿h?ostias sobre las que el juez de turno no te dará la razón, y tal. Llevarmelo fuera y fumarme un piti con él y que se calme.

El volumen de la discusión se instala en decibelios de macrodiscoteca. Ya sólo grita el moro y les exige que llamen a los maderos, pero a los de verdad. Mala estrategia, paissa, pienso.

Me pregunto sobre las consecuencias de la acción: puede que el moro me insulte tambíen a mi por que está que se sale por los ojos o por que no entienda nada de lo que le digo, o que las hostias y/o el albarán policial nos lo llevemos a pachas. Un punto de cobardía, un punto de sentido de la oportunidad y un punto de sentido de la útilidad apuntalan estas ideas.

Llega el tren, el personal se monta mansamente y pelea por los asientos - y eso que sólo hay una parada hasta el final de trayecto-. Dudo: ahora que se despeja el andén tiene más oportunidad intervenir. Me decido a seguir el rebaño. Desazón. Impotencia.

Un pijo de Lacoste y banderita constitucional en la muñeca salido de un anuncio de Tommy Hilfinger comenta con un clon: - está deseando que le peguen-.

Pienso en soltarle al pijo lo siguiente: - a tí te cortaba yo un brazo y te dejaba sin pasaporte y sin dinero en mitad de un suburbio de Tánger o de Rabat, a ver cuanto durabas, cabrón. Pijo blanquito europeo de mierda-. Yo también lo soy, pero por lo menos tengo la decencia de ser consciente de ello. Me lo pienso. Me contengo Lo rechazo: es pa .

Se cierran las puertas y el ruido de los gritos pierde un cincuenta por ciento de intensidad. El madero frustrao empuja a nuestro moro. Casi lo tira al suelo. Nadie hace nada. El tren se marcha.

El terrorismo de los ricos contra los pobres no declara treguas, ni altos al fuego, ni ocupa portadas salvo cuando se les va la mano a los maporreros de Occidente en los muros patrios de la verguenza.

Esperemos que Le Pen no tenga ningún primo en España. Lo jodido es que si los tiene.

Salam.

2 Comments:

At 24 marzo, 2006 11:50, Anonymous Anónimo said...

Pues vaya.
Por lo menos te has preocupado de contarlo, ¿no? Lo más probable es que el resto de los asistentes lo olvidarán pensando en Terelu, o el Atletí (que según pude observar al irme hacía Marques de Vadillo había partido), Fernando Alonso o lo que fuera.

No hay consuelo, por supuesto, pero si reflexión. Es muy duro superar nuestras propias barreras, las que vienen cimentadas por una educación burguesa para nada solidaria y basada en la no-intervención en cualquier ámbito de conflicto humano que aparentemente no nos incumba (y a veces hasta cuando nos afecta de manera directa), ahí se demuestra él no te metas donde no te llaman, cada uno a sus asuntos... excusas para arrastrarnos al margen y al olvido, porque cuanto más individualizado sea el individuo menos fuerza tendrá dentro de una sociedad de masas.

No es parecido en absoluto, pero tiene algo que ver. Hace un par de semanas estaba en el polideportivo cuando me fijé en que un grupo de unos tres niños parecían estar atosigando a otro, lo comprobe cuando ví que además de las palabras pasaron a arrastrarle de los pies y le arrinconaron contra la pared. Unos chavales de 10 años de edad, como mucho... ¿y yo que pintaba ahí? ¿Tenía que seguir con mi vida sin inmiscuirme o tenía que actuar?
Supongo que si en estos meses los media no hubieran estado "alertando" sobre el fenómeno del bullying habría pasado del tema, pero al final me decidí a preguntar al chico si le estaban incordiando, a lo que me respondio que sí, y en cuanto se vio liberado de aquellos aprendices de matones salió corriendo.
Puede que más tarde le dieran una paliza por eso, pero no pude mantenerme indiferente.

La verdad es que a favor de que tomara esa decisión jugó el que fueran tres niños y no tres bigardos mazados, porque si hubiera sido de ese modo no creo que mi reacción fuera la misma. Pero bueno, que hay que como poco procurar tener valor en estos casos y no dejarse llevar por la indiferencia, aunque sea por el casi egoista pensamiento de darse cuenta que esa persona en apuros podrías haber sido tú.

 
At 07 abril, 2006 07:30, Blogger PàjaroEnPecera said...

bueno, es interesante tener ojos alli.en todos lados se cuecen habas,no?
llegara la hora de preguntar la hora y decir ya es la hora?
avisen desde alla, a punto de hervir esta su agua!
salu2 desde chile

 

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